Duelo en las escuelas

Una oportunidad educativa
La muerte de un alumno o alumna, de un docente o de un familiar directo afecta a los miembros de la comunidad educativa, lo que causa un gran impacto emocional e interfiere directamente en la vida del centro.
Cuando ocurre una muerte cercana, aunque se intente preservar a los niños y niñas de un posible sufrimiento, se altera todo en torno a ellos: cambia el ritmo en la casa y en el colegio, hay nuevas caras, nuevas inquietudes… Es como si algo se rompiera a su alrededor.
Duelo según el desarrollo evolutivo
De 0 a 3 años
Cómo entienden la muerte. No tienen capacidad para entender la muerte ni pueden comunicar sus necesidades, pero si pueden percibir la ausencia de los padres o la persona que le cuida, sufren por esta separación y la viven como un abandono que amenaza su seguridad. También pueden percibir la ansiedad de las emociones de quienes les rodean.
Reacciones habituales. Irritabilidad, falta de sueño, llanto y en general conductas de protesta para mostrar su desesperación e incomodidad.
De 3 a 6 años
Cómo entienden la muerte. Aún no han adquirido el concepto de irreversibilidad de la muerte y la ven temporal. Su pensamiento egocéntrico y mágico les puede llevar a pensar que lo que pasa tienen que ver con ellos, por lo que pueden creer que han hecho algo mal y asumir la culpa del abandono.
Reacciones habituales. Aparecen con más frecuencia las rabietas, irritabilidad, ambivalencia, conductas regresivas, malestar físico, alteraciones de los patrones de sueño y alimentación, miedos inespecíficos y búsqueda continua de proximidad con los adultos de referencia.
De 6 a 9 años
Cómo entienden la muerte. Son capaces de entender que la vida acaba con la muerte y que es para siempre. Todavía pueden pensar que la muerte puede causarla algo vinculado con ellos y sentirse culpables. Se interesan por las ceremonias religiosas y pueden mostrar interés en participar.
Reacciones habituales. Miedo y sentimientos de vulnerabilidad. Pueden negar los sentimientos, aparentando indiferencia o sentirse culpables. Irritabilidad, malestar físico y disminución del rendimiento escolar o conductas regresivas. En ocasiones, adoptan el rol del adulto fallecido, asumiendo sus tareas en la familia, como el cuidado de los hermanos o de la casa.
De 9 a 12 años
Cómo entienden la muerte. Van incorporando los conceptos de causalidad y universalidad, aceptan que deben morir un día u otro. A esta edad son capaces de entender los rituales, comprender cómo murió la persona amada, el impacto que causó la pérdida en el entorno y tener dudas espirituales o religiosas.
Reacciones habituales. Ansiedad, confusión general, ira, rabia y sentimiento de fracaso son algunas de las respuestas frecuentes en este tramo de edad.
Pueden negar que la muerte haya cambiado su vida e insistir en que no les pasa nada, pero esta negación puede llevar, más tarde, a mostrar una conducta agresiva y/o violenta.
De 12 a 16 años
Cómo entienden la muerte. Saben que la muerte es irreversible y que tendrán que morir en algún momento, pero lo ven lejano y no les preocupa. Prefieren huir de sus emociones para no sufrir, y para que los demás no les vean débiles.
Reacciones habituales. Cambios de comportamiento, cierto aislamiento y pérdida de interés, que se pueden traducir en menor rendimiento escolar y ausencias al instituto. Sentimientos de culpa, sobre todo si la relación ya estaba tensa anteriormente, con aproximación al abuso de sustancias.
Pueden trasladar el mensaje que nada les importa, con amagos de ideas suicidas. En ocasiones, también muestran normalidad aparente para protegerse del dolor y asumir del rol del fallecido y saber estar a la altura de la circunstancias.
De 16 a 18 años
Cómo entienden la muerte. Ya tienen claro que la vida se acaba en algún momento, independientemente de su comportamiento o sus deseos. Los jóvenes tienden a preguntar sobre el sentido de la muerte no porque esperen respuestas literales, sino porque empiezan a explorar la idea del sentido de la vida.
Reacciones habituales. Ante pérdidas significativas, aunque sufra intensas emociones, el joven no las comparte con nadie. Posiblemente porque se siente de alguna manera, presionado a comportarse como si se las arreglara mejor de lo que realmente lo hace. Después del fallecimiento de su padre, su madre o de su hermano/a, se le suele pedir «que sea fuerte» delante del otro padre o de los hermanos más pequeños. Se espera que sostenga a otros, cuando no sabe si será capaz de sobrevivir a su propio dolor.
Consejos
Suspender actos
Suspender, en señal de duelo, cualquier acto extraordinario que tuviera programado el centro si éste coincidiera con la muerte de un miembro del alumnado o del profesorado.
Ritos de despedida
Pensar en formas de “despedida” dentro del grupo clase; cuando los chicos y chicas sean mayores, ellos pueden hacer propuestas (escribir una carta, comprar flores y llevarlas al cementerio, funeral…, plantar un árbol de recuerdo, escribir los sentimientos). Los ritos dependerán de las edades. Valorar también cualquier otro tipo de actuación conjunta en la que participe todo el centro, como un minuto de silencio a la entrada, en el patio…
Actuar con la mayor normalidad
Intentar que las acciones que llevemos a cabo se emprendan con la mayor normalidad posible. Es mejor utilizar los recursos ordinarios del centro y con las profesoras o los profesores más cercanos al alumnado, aunque podemos pedir asesoramiento indirecto a personas expertas.
Diversidad del alumnado
La respuesta educativa, también en este caso, debe contemplar la diversidad del alumnado. No todos van a vivir la pérdida de igual forma ni todos tienen la misma capacidad de recuperación.
Comunicar sentimientos
Hablar de sentimientos contribuye a avanzar en el proceso. Fomentar espacios de comunicación. Facilitar lugares y momentos, dejar silencios largos si así lo desean los alumnos y las alumnas. A veces salir del aula puede ayudar: sentarse en la hierba, en el patio, en el bosque, en espacios abiertos. En otros casos el aula será el mejor lugar.
Observar el alumnado
Llevar a cabo una observación sistemática de los chicos y las chicas. Con frecuencia afloran sentimientos de culpa por lo que hicieron o dejaron de hacer con la persona fallecida. Un apoyo y una escucha adecuados permitirán poner en su sitio estas sensaciones y recuperar la normalidad.
Duelos complicados
Si algún alumno o alumna no evoluciona favorablemente, deberemos hablar con la familia y sugerirle, si procediese, ayuda terapéutica externa (Servicios de Salud Mental, Fundación Senda…).
Oportunidad de aprendizaje
El centro puede, posteriormente, priorizar contenidos educativos implicados en el caso y fomentar, más que nunca si cabe, valores de solidaridad y apoyo entre el alumnado. Una situación de pérdida en un aula puede crear un entorno propicio para construir sentimientos de solidaridad y contribuir al desarrollo de aprendizajes vitales.