Los mayores y sus duelos

No hay prisa ni plazos de tiempo establecidos, acompañemos al doliente y respetemos su deseo si esta es la opción de vida que han escogido

Soy psicóloga, con más de veinticinco años de experiencia en atención a los mayores. Estoy acostumbrada a escucharles y lidiar con sus rarezas, virtudes y sus inquietudes, con su forma de ver el mundo actual y de afrontar la última etapa de su vida. He conocido a muchas personas mayores en mi trabajo, y si algo tengo claro es que éste acostumbra a ser el momento de recoger el fruto de lo que sembramos desde nuestra más tierna juventud. Es apasionante ver cómo cada uno vive ese momento de forma totalmente diferente: unos con dignidad, con sabiduría y adaptándose a las circunstancias que le ha tocado vivir, y otros con reproches y negatividad, o instalados en un bucle de victimismo y sin querer aceptar el paso del tiempo.

Pero sí hay algo que siempre me ha llamado la atención son las diferencias en la elaboración de los procesos de duelo. Por lo general, es la muerte del cónyuge la que despierta mayor ansiedad. Esta muerte representa no sólo la pérdida emocional y afectiva por la desaparición de una persona a la que ha estado profundamente unido durante un largo periodo de tiempo, sino que también puede representar la pérdida de su único rol en la vida y la única forma de identidad social que le quedaba al individuo. De ahí la aparición de cuadros de depresión y ansiedad, de desorientación y de falta de sentido y de propósito de vida, que presentan con frecuencia los mayores cuando fallece su pareja.

Por otro lado, ser conscientes del propio envejecimiento y deterioro de nuestra salud o la aparición de enfermedades con las limitaciones que éstas conllevan también desencadena un duelo anticipado que cada uno gestiona como buenamente puede.

¿Por qué personas del mismo sexo, la misma edad, la misma posición social, en la misma ciudad y que han sufrido pérdidas similares viven el duelo de una forma tan diferente, yo diría que antagónica?

Siempre recordaré el caso de una mujer que vivía inmersa en su dolor por la pérdida de su esposo, hermano e hija, que habían fallecido con pocos años de diferencia dejándola sola en el mundo. Ella se recreaba en el recuerdo de sus seres queridos, desde hacía cinco años vivía instalada en la tristeza y no quería que nadie se entrometiera en su dolor, era su forma de demostrar su amor por ellos, de rendirles su homenaje. Siempre repetía aquello de “yo morí el día que murió mi hija, me fui con ella”. Esta mujer convivía con su duelo y no dejó que nada ni nadie cambiara esa situación.

Sin embargo, visito con frecuencia otras mujeres mayores que también han quedado solas porque han fallecido todos sus seres queridos, incluso en circunstancias más complicadas, pero que sonríen a la vida y abren las puertas a nuevas experiencias y buscan aprender de todos y de todo.

La diferencia entre uno y otro caso está en la resiliencia, esa capacidad de sobreponerse y de extraer un aprendizaje de las situaciones más adversas que nos trae la vida. La resiliencia, no es una característica individual ya que está condicionada tanto por factores individuales como ambientales. Una  conducta resiliente está íntimamente relacionada con las estrategias de afrontamiento que utilizamos para reducir al mínimo el impacto negativo de los estresores sobre nuestro bienestar psicológico. Pero también influyen elementos externos como los apoyos del sistema familiar, el apoyo social derivado de la comunidad y un último factor protector: la espiritualidad, ya que ésta contribuye al desarrollo personal y motiva la búsqueda de un propósito en la vida.

Evidentemente no todas las personas tienen esta capacidad, y casos como el de la primera señora doliente son más habituales de lo que quisiéramos. Pero entonces ¿cómo actuar frente al duelo en estos casos? Si los que tratamos el duelo sabemos que es importante respetar el ritmo de cada persona, en este caso el respeto debe ser más exquisito si cabe. No pretendamos imponer nuestra alegría, porque entonces provocaremos un rechazo. No hay prisa ni plazos de tiempo establecidos, acompañemos al doliente y respetemos su deseo si esta es la opción de vida que han escogido. Al fin y al cabo, cada uno es libre de vivir y convivir con su duelo si así lo desea.

Teresa Rutllán Civit

Psicóloga especializada en Tercera Edad

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