La soledad de las personas mayores ante la muerte de la pareja

El aislamiento puede acrecentarse con la edad y la pérdida de relaciones sociales

Cuando fallece un ser querido, es difícil saber cómo responder a los sentimientos de dolor y pérdida. Pero ello puede ser especialmente más complicado en las personas mayores que pierden a su cónyuge con el que, con frecuencia, han convido durante varias décadas de su vida.

Perder a la pareja no es solo perder al compañero y compañera de vida, a la persona con quien dormías o compartías vida social, sino también a la persona con la que se conocía todas las caras y esferas. En muchos casos, tendemos a ser complementarios con la pareja y más aún en el caso de las personas mayores.

El dolor es una respuesta normal y natural a la pérdida de un ser querido, y puede adoptar muchas formas, como tristeza, culpa, miedo, ira y confusión. A veces, estas emociones son tan fuertes que pueden hacer que las personas se sientan completamente abrumadas y aisladas.

Perder al ser querido es también aprender o reaprender a gestionar cada pequeño detalle, por lo que la persona doliente debe concederse el tiempo necesario para poder hacerlo por si sola. Así, por ejemplo, si la pareja era que la que cocinaba o quien gestionaba las cuestiones económicas a la persona que se queda sola le costará coger el ritmo.

En estos casos, al hecho de enfrentarse a las distintas etapas del duelo -la negación, la tristeza, la rabia y la aceptación-, que no tienen por qué ser iguales en todos los casos ni tampoco sucesivas, se le suma la necesidad de poco a poco ir conquistando aquellos espacios que antes hacía la otra persona, ya fallecida.

Sin embargo, primero, la persona doliente debe permitirse sentir y expresar sus emociones ante la pérdida para después iniciar su proceso de adaptación. Esto no siempre es fácil por parte del entorno familiar, ya que vivimos en una cultura en la que todo pasa rápido, que premia las emociones positivas, como la felicidad, y da la espalda a otras emociones como la rabia, el dolor, el sufrimiento o la tristeza.

A medida que envejecemos, nuestra salud, relaciones sociales y estilo de vida en general pueden cambiar. Esto, combinado con problemas de movilidad o la muerte de familiares y amigos, puede hacer que las personas mayores se sientan especialmente aisladas y solas, algo que todavía se puede acrecentar más con la pérdida de un cónyuge.

La soledad que, en ocasiones, puede experimentar la persona mayor, le afecta a su salud mental y física de diversas maneras. Los estudios advierten de que la soledad se asocia a mayores tasas de depresión, ansiedad, suicidio y muerte cardiovascular.

Saber conceder el tiempo necesario a la persona que ha perdido su ser querido, acompañarla con el silencio, si es necesario, facilitarle programas de apoyo y de encuentro con personas en su misma situación, procurar que se vincule a un profesional de la salud para que pueda recibir orientación o ofrecerle recursos diarios que le pueden ayudar a gestionar su día a día pueden ser algunas de las claves para ayudarles en el transcurso del duelo.

Josep París

Enfermero especialista en geriatría

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