La gestación es un período mágico, de transformación, de grandes cambios en el cuerpo y la mente de la mujer que la van preparando para acoger y recibir a su futuro bebé. En algún momento se comparte la noticia con el entorno más próximo y poco a poco todos empiezan a hablar de él y esperan su llegada con impaciencia.
Pero no, no todos los embarazos tienen un final feliz. A veces se produce la pérdida durante la gestación, el parto o poco después del nacimiento y esa experiencia es devastadora para quienes la experimentan. A este tipo de pérdida le llamamos pérdida perinatal.
¿Qué es lo que se pierde? Parece que la respuesta es simple: se pierde un hijo o una hija. Sin embargo, hay otras pérdidas asociadas, como pueden ser el rol de madre o padre, la composición familiar deseada, entre otras.
Y aquí no es tan importante tener en cuenta las semanas de gestación o el tiempo de vida; sino que lo que adquiere realmente importancia es el significado de lo perdido.
¿Quién puede imaginar la pérdida de un hijo? Y aún más, ¿Quién puede imaginar la pérdida de este hijo que estaba por nacer o que prácticamente acababa de hacerlo?
Esto rompe todos los esquemas. ¿Cómo pueden estar tan próximas vida y muerte?
En un instante todas las expectativas, esperanzas e ilusiones se desvanecen. Se escapa el futuro imaginado, mientras el ahora se desdibuja en un intento de tomar distancia para digerir lo que está pasando.
Ante la realidad que jamás hubieran imaginado se preguntan por qué les sucedió a ellos y buscan a su alrededor esperando reconocerse en los otros. Pero la mayoría de las veces encuentran incomprensión, incomodidad, miradas que se esconden, gestos inadecuados, palabras vacías o simplemente silencio.
Inician entonces un camino a través del duelo en el que van a experimentar diferentes emociones y quizá pensamientos recurrentes alrededor de la pérdida y de las circunstancias en que tuvo lugar. Y van a intentar manejarse con mayor o menor éxito en base a sus recursos propios, biografía y el apoyo que les brinda el entorno, entre otros factores.
Así transitan el duelo generalmente rodeado de familiares, amigos, vecinos, compañeros…, aunque a menudo se sienten solos. Muchas veces tratan de consolarles minimizando lo sucedido, intentando encontrar entre el dolor algo positivo que mostrarles. Sin embargo, sólo hay vacío. Con él o con ella se ha ido una parte de sí mismos.
Necesitan compartir su experiencia, para normalizar y validar aquello que sienten, lo que piensan o la forma en que actúan para enfrentar la pérdida. Cuando no lo consiguen, tienden a aislarse, se repliegan en sí mismos y silencian su dolor.
Y es que en nuestra sociedad el dolor se tapa, se esconde, no se muestra, hacemos como si no existiera. Nos vemos obligados a aparentar que estamos bien, que podemos con todo, que somos fuertes, valientes… Cuando ser valientes es precisamente mirar la realidad de frente, poner palabras al dolor, aceptarlo y sentirlo para poder transformarlo.
Por eso, tenemos una tarea pendiente, sea desde el ámbito profesional o desde el ámbito personal, en relación a este tipo de pérdida: reconocer a las madres y a los padres como tales, facilitándoles la expresión de su dolor, acompañándolo y respetándolo.