Sólo podemos sobrevivir si somos cuidados. No se trata de ningún lema publicitario creado durante la crisis del coronavirus, sino de una máxima que hoy gana fuerza y que nos interroga a nosotros mismos como personas, profesionales y como sociedad. El cuidado exige reconocimiento, como escribe el filósofo alemán Axel Honneth, pero también respeto a todas las dimensiones del ser humano, porque cada persona es única y singular.
Cuidar es reconocer el sufrimiento del otro en todas sus vertientes: física, psicológica, relacional y social. La clave del proceso de cuidar de otro está en abordar y ser capaces de acompañar a la persona desde todo su universo y en base a lo que está experimentando. Para ello, hay que ser capaces de escuchar lo que está expresando y viviendo y estar atentos para captar la esencia de los pequeños detalles y conocer su historia de vida.
El objetivo principal de los cuidados al final de vida es preservar la calidad de vida de la persona para que alcance el máximo bienestar y confort posible, frente al impacto de una enfermedad grave y potencialmente mortal, así como aliviar su dolor y sufrimiento emocional y espiritual, salvaguardando su dignididad, y acompañar a quienes le rodean.
Cada persona es única y singular, por lo que lo que el acto de cuidar no puede asemejarse a la tarea de quien trabaja en la cadena de montaje de una fábrica. Cuidar requiere de habilidades, conocimientos y experiencia, y de la necesaria flexibilidad y atención activa para estar abiertos y adaptarnos a las condiciones, circunstancias y al mundo particular de cada persona.
Apoyar a los seres queridos de quien está en situación de final de vida es uno de los ejes fundamentales de los cuidados. Enfrentarse al diagnóstico y pronóstico de una enfermedad grave, ser capaces de gestionar la comunicación, cerrar asuntos pendientes, afrontar la incertidumbre y los posibles altibajos de todo el proceso supone un gran impacto físico y psicológico para el entorno familiar.
El respeto a lo que vive la otra persona es una de las condiciones de esta relación, basada en unos valores que deben estar presentes permanentemente en la tarea de cuidar y ser el reflejo de la esencia del propio cuidador, porque representan quienes somos, determinan nuestra conducta, son los motores de nuestra vida y nos deben servir de brújula.
Ofrecer cuidados en el tramo final de la vida de una persona exige paciencia, empatía, generosidad, valentía, gratitud, flexibilidad y compasión, pero también requiere de un proceso de autoreconocimiento interno, de enfrentarnos a nuestros propios miedos y pérdidas.