¿Y ahora qué? Seguro que esta es una de las primeras preguntas que le surgen a un cuidador principal cuando deja de serlo. En la mayoría de las ocasiones porque ha fallecido la persona cuidada o porque ha tenido que ingresar en una residencia o en un centro similar.
En un gran porcentaje de casos, el cuidador principal es un familiar próximo a la persona cuidada, y es quien asume la mayor parte de la responsabilidad del cuidado, incluyendo la prestación de soporte físico y emocional y la participación en la toma de decisiones ligada al proceso de salud-enfermedad.
Durante ese proceso se producen en la persona cuidada y su entorno múltiples pérdidas y duelos anticipados, que forman parte de una reacción esperable de adaptación a las pérdidas por las que transita un ser querido, durante la enfermedad y después del fallecimiento, si es el caso. En este proceso se ven comprometidos aspectos del orden afectivo, físico y social.
¿Qué pasa cuando los cuidadores principales ya no tienen una persona a quién cuidar? ¿Cómo vuelven a su antigua vida de la manera más saludable posible?
Cuidar a una persona en muchas ocasiones significa ponerla en el centro de nuestra vida, dejando de lado aspectos con el propio cuidado: alimentación, ocio, relaciones sociales, descanso, ejercicio físico, entre otros. Muchas personas acaban reconociendo que han dejado de lado su anterior vida -trabajo, amistades o hobbies- y pueden presentan dificultades a la hora de volver a retomar dichas actividades. La vuelta a la vida cotidiana se puede presentar complicada.
Y como en otras situaciones de la vida, anticiparse a esa nueva situación es fundamental, y se debe hacer desde el autocuidado y solicitando ayuda profesional, si es necesario.
El duelo es un proceso natural de adaptación a la pérdida de una persona significativa. Implica una serie de cambios en nuestro estilo de vida, pensamientos, sentimientos y comportamientos.
La muerte de un ser querido nos deja una huella imborrable en nuestro corazón. Es una experiencia dolorosa, angustiosa, y en ocasiones devastadora, que nos lleva a pasar por diversas etapas. Al principio puede ser difícil aceptar la pérdida. Sentimos una profunda tristeza, ansiedad, soledad, rabia, culpa y desesperanza. Nos cuesta mucho trabajo funcionar normalmente. Poco a poco vamos superando esa etapa. Empezamos a aceptar la realidad de la muerte. Sentimos que nuestro ser querido ya no está físicamente con nosotros, pero que sigue vivo en nuestro corazón. Empezamos a recordarlo con cariño y alegría. Nos damos cuenta de que, aunque la ausencia es dolorosa, también nos deja un espacio libre para seguir adelante con nuestras vidas. En esta etapa es importante mantener el contacto con las personas que nos quieren y que nos apoyan. Es bueno expresar nuestros sentimientos y buscar ayuda profesional si la necesitamos. Es importante darle un sentido a nuestra vida y seguir adelante.
Resulta clave no compararnos con otras personas que hayan pasado por esta situación, ya que cada persona es única y también es único su proceso de duelo. No hay formas correctas o incorrectas de afrontarlo. Lo que funciona para algunas personas puede no funcionar para otras. Así que hay que dejar de lado las expectativas y acepten que cada persona es única e irrepetible.
No hay que olvidar que el cuidador sigue vive. Aunque se esté pasando por un momento muy difícil, no hay que olvidar que la persona afectada tiene una vida por delante, por li que no hay que dejar de lado los propios sueños. Aprovechen el tiempo al máximo para disfrutar de las cosas buenas de la vida es clave, así como también evitar el aislamiento.
La pérdida de un ser querido puede llevar a la sensación de solitud interna, especialmente si el fallecimiento es repentino. Buscar apoyo en amigos y familiares, y participar en actividades puede ayudar a mantener el contacto con el mundo exterior. Seguir alimentándose correctamente, así como realizar actividad física también es clave.
Si uno no se siente mejor ni puede gestionar sus emociones, hay que buscar ayuda profesional.
El duelo es un proceso natural que lleva tiempo. No hay que culparse si el cuidador no se siente bien durante mucho tiempo, tras la pérdida. Aprender a vivir con el dolor y no reprimir las emociones es también una lección de vida.
Y ante todo, un último consejo: en momentos de dificultad, promover el autocuidado es el camino. A partir de ahora, al ya ex cuidador le corresponde velar y cuidar de uno mismo y cuidarse con el mismo esmero y preocupación que tuvieron para su ser querido.